Por los rincones de Bellas Artes

Así luce la parte trasera de la cortina realizada en Casa Tiffany, con diseño de Dr. Atl, su función no es decorativa sino contra incendios.
Jorge Peláez lleva casi 50 años trabajando en el Palacio de Bellas Artes, es jefe de Foro y no recuerda en cuántas funciones ha estado pendiente de cada detalle de la escenografía, de las bambalinas, de la parrilla, de los telones.
Un día, sólo por una ociosidad provocada por una pregunta, calculó que tal vez ha presenciado más de 5 mil representaciones del Ballet Folclórico de Amalia Hernández, un número al que habría que sumar los montajes de cada una de las disciplinas artísticas.
Peláez es un hombre de teatro, de aquellos que con pulso sincronizado jalaba los carretes y poleas de la mecánica teatral, que dirigía a su equipo para realizar los cambios escenográficos durante la función, desde la parrilla o desde el piso, que caminaba por el paso de gato para corregir algún detalle o sujetaba con sus compañeros las poleas con las que el artista volaba por el escenario. Hoy, nada de eso existe, todo es sistematizado desde que hace cuatro años el teatro se enfrentó a una cirugía mayor y se adquirieron equipos de nueva tecnología, mismos que motivaron una de las más grandes discusiones que ha vivido el espacio en los últimos años.
Recordar esos tiempos, cuando el teatro se hacía con las manos, conmueve a Peláez al punto de quebrar su voz. «El teatro era artesanal», dice.
En el Palacio, que cumplirá 80 años el 29 de septiembre, laboran decenas de personas que han sido testigos de su historia, hombres y mujeres que conocen la entraña del espacio, sus fortalezas y debilidades, pero sobre todo que son dueños y protagonistas de historias que son como latidos de un inmueble que fue símbolo de la modernidad.
«Las cosas se hacían de manera personal, ahora si necesitamos una imagen la buscamos en Internet; claro que ahora todo es también más preciso y definido, es más difícil que ahora se vean los defectos», cuenta en entrevista durante un recorrido que un diario realizó por los rincones de la sala principal de Bellas Artes.
«Este trabajo es muy absorbente y celoso, incluso separa a las familias porque no te creen que te has quedado de madrugada. A mis hijos no los vi crecer, ahora veo a mis nietos. Yo vivía en una época en la que uno llegaba temprano y me iba hasta que prácticamente yo cerraba el teatro. He tratado de hacer todo lo que humanamente me ha sido posible, ésta ha sido mi casa y además me han pagado por trabajar aquí», dice. Juan Martínez ha trabajado codo a codo con Peláez. Ambos conocen historias que jamás se hubiera podido imaginar el público. Recuerdan que un día, en plena función de La Traviata, en la escena en que muere la protagonista, una mujer entró al escenario para reclamar algo que ya todos han olvidado.
En la confusión, Peláez entró dando la espalda al público y empezó a jalar a la mujer hacia las piernas del escenario. Al final de aquella función, cuenta Martínez, unos extranjeros deseaban preguntar al jefe de foro de dónde habían sacado esa escena que nunca habían visto.
Ellos también han sido héroes anónimos de la magia que ahí se genera. Años atrás, el gran barítono mexicano Roberto Bañuelas había hecho los ensayos perfectos, pero el día del estreno jaló con más fuerza una puerta del escenario y se vino abajo. Martínez ríe al recodar esos minutos de tensión. «Entre todos, poco a poco fuimos acomodando la puerta, mientras Bañuelas seguía haciendo lo suyo, nada se detuvo», recuerda.
«A veces algunos grupos sí hacen extensivo el aplauso del público para el técnico, pero en contadas ocasiones el grupo nos presenta ante la gente», dice.
Roberto Meza ha trabajado en este recinto desde hace más de 45 años como tapicero, su labor cotidiana podría pasar desapercibida, pero no es ajeno a lo que ocurre en el teatro, una vez, cuenta, le solicitaron hacer un sillón especial para Luciano Pavarottii. «Era bajito y muy robusto, le tuvimos que diseñar un sillón de acuerdo a su figura. Salía a cantar, se agitaba y tenía que volver para descansar y ahí se sentaba. No recuerdo cuándo fue eso, eran otros tiempos», recuerda.
Noel Legaspe Cruz es responsable de otra tarea indispensable: el aire acondicionado; y como casi todos los trabajadores que han vivido los cambios que supuso la remodelación de la sala principal, se ha enfrentado al conocimiento de un sistema automatizado que ha requerido niveles de especialización.
«Somos los ojos diarios de las máquinas que están a nuestro cargo y que antes de la remodelación y de la tecnología que se implementó no existían», dice.
Raúl Bustos, encargado del taller contra incendios, agradece que en 24 años de trayectoria no ha vivido nunca un accidente que lamentar. «Ha habido connatos pero se han podido controlar, hemos tenido luz blanca.
En una ocasión, en una bodega había tapicería y unos herreros fueron a soldar ahí, las chispas cayeron en la tela y como había solventes las llamas se hicieron grandes, se tuvo que tirar la puerta y se entró a sangre y fuego, salió la gran humadera y se logró controlar. Todo ha salido bien, pero es cierto que nosotros no tenemos el equipo que sí pueden tener los bomberos».
El recinto, asegura, lo protege además de ser su lugar de trabajo es su casa. «Vivimos aquí, uno se acostumbra a este lugar tan bonito, da gusto trabajar aquí».