Mi amigo José Agustín

Ayer martes, fiel a los cánones de la buena amistad, le llamé a mi cuate José Agustín para felicitarlo.
Estaba gozoso. Y es normal: 70 años bien cumplidos, con una obra impecable y multitud de premios y reconocimientos. Lejos de los inicios, donde había escepticismo y mala leche debido a su juventud y audacia, pero, asimismo, cerca de buenos y solidarios amigos y personas del medio literario que creyeron en él. A nadie decepcionó, acaso a sus detractores y críticos. Nunca fue “ondero”, fue un gran escritor que encontró principalmente en la ciudad sus temas y que exploró el interior de los jóvenes. Recuerdo la emoción que me produjo leer sus dos novelas iniciales: La tumba y De Perfil. Ambas pude leerlas en los originales, mismos que ahora están en el Museo del Escritor. La primera fue en la secundaria, la segunda cuando ya rolábamos en la Prepa 7, entonces situada en Licenciado Verdad y Guatemala.
Fueron años fantásticos. El rock, la literatura norteamericana, la militancia de izquierda, la Revolución Cubana que nos impulsaba, los excesos de todo tipo y la presencia del Centro Mexicano de Escritores, legendaria institución que becó a los mejores narradores y poetas durante medio siglo, impulsando las letras nacionales. Estaban Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde. De esos tres maestros, Arreola fue el más significativo, su ayuda, fundamental.
He leído la totalidad de sus libros y guardo memoria de sus artículos en El Día, Excélsior y El Universal. Agustín ha abordado todas las posibilidades, incluyendo el cine, la televisión y la cátedra. Hoy, con prácticamente la mayoría de los grandes premios nacionales en sus manos y varios reconocimientos internacionales, traducido y con una legión de admiradores, cumplió 70 años, lejos de las calificaciones simplistas y de las críticas perversas.
Cuando lo conocí alrededor de 1958, ya escribía, le gustaban el teatro y la poesía. Llegó a actuar en sus propias obras con un grupo de jóvenes intelectuales de la zona donde vivía, en Narvarte. Sus hermanos también resultaron talentosos. Uno, Alejandro, fue actor, como sus hermanas Hilda y Yolanda, la última, desafortunadamente murió muy joven. Augusto Ramírez, el más formal de todos ellos, fue un pintor de enorme talento, concentrado en el hiperrealismo y de muchas maneras el cronista artístico de todos nosotros: para sus telas, posamos casi sin excepciones. Su fallecimiento fue doloroso, José Agustín escribió un artículo sobre su hermano y lo publicamos en El Búho, cuando todavía era impresa. En la portada apareció uno de sus cuadros.
Hay quienes sólo lo han leído como el notable prosista que es, también como dramaturgo y autor de libros memoriosos, pero Agustín escribió poesía y de ella hace tiempo que nada sé. Alguna vez, hace unos tres años, le pregunté por ella (era fascinante verlo en los salones preparatorianos redactando sonetos irónicos sobre algunos de sus compañeros de clases) y me respondió con otra pregunta: ¿Crees que tu cuate Rubén Bonifaz Nuño pueda echarle una mirada a mis poemas? Nunca concretamos algo. Rubén ya estaba delicado de salud y casi ciego.
Por años fuimos amigos inseparables y ello conlleva multitud de acciones, fui testigo en su boda con Margarita y él lo fue en la mía con Rosario. Viajamos juntos por el país y nos correspondieron, asimismo, viajes al extranjero. Cuando él estuvo en Lecumberri, yo estaba en París y nos limitamos a unas cuantas cartas largas. A mi regreso, el país estaba cambiado, para colmo los Beatles se separaron. Una ciudad compleja nos fue distanciado, luego Agustín se fue a EU una larga temporada a dar clases y al volver se asentó en donde ahora vive.
Estos son algunos de nuestros recuerdos recurrentes cuando nos bebemos una o dos botellas de whisky. La realidad es que tenemos un mundo de años compartiendo, aunque sean telefonemas o correos electrónicos. A veces lo visito o él viene al DF. Lo acompañé cuando recibió la Medalla de Oro de 50 años de Bellas Artes y él estuvo conmigo en la Sala Manuel M. Ponce cuando festejaron mis 50 años de escritor. Creo que con altas y bajas ha sido una hermosa amistad. Felicidades, mi buen Agustín.