Indicador Político

Petróleo: Cárdenas y el cardenismo Cuando escribió en 1958 sobre los escenarios políticos en la sucesión presidencial que favoreció a Adolfo López Mateos, el escritor marxista José Revueltas apuntó un tema con cierto desdén: “Los cardenistas, esa Iglesia sin Papa”. Desde el final del sexenio 1934-1940, el general Lázaro Cárdenas se convirtió en un concepto que hoy pasó a formar parte de las categorías políticas: un mito genial. De 1940 a su muerte en octubre de 1970, Cárdenas oscilo entre la disidencia interna, la confrontación la aceptación de las reglas del juego. Ayudó a la candidatura presidencial independiente de Miguel Henríquez Guzmán en 1952, en cuya campaña participó activamente Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Lázaro Cárdenas tuvo activismos sin rupturas: apoyó a la Revolución Cubana, creó un organismo latinoamericano a favor del socialismo y al calor de Cuba y protegió a profesores perseguidos por el gobierno en el 68. Pero no hubo rupturas. En un fragmento de su testamento leído en noviembre de 1971 por Cuauhtémoc se estableció el llamado del ex presidente a recuperar a la Revolución Mexicana. De 1938 a 2012, casi tres cuartos de siglo, el petróleo permaneció inamovible y Lázaro Cárdenas se elevó a las alturas de héroe civil al lado de Benito Juárez. De ahí el cuidado que tuvieron los gobiernos priístas no sólo para mantener el petróleo sin variación, sino para aprovecharse de la figura de Cárdenas como mecanismo de legitimación política. La reforma energética de 2013 cimbró la historia nacional. Pero mostró un dato interesante: no existe un cardenismo político militante, sino una corriente política salida del priísmo y aterrizada en el PRD que se ha movido más por el clima cardenista que por definir un proyecto cardenista real. El debate sobre la reforma energética giró en torno a la propuesta de no privatizar el petróleo pero sí aceptar inversión extranjera en el sector, algo por cierto prefigurado por el propio gen eral Cárdenas con la reforma constitucional en 1940 para abrir el sector. El PRD ha fijado su posición en torno a la reforma energética en función del espíritu cardenista. Sin embargo, no existe un proyecto nacional cardenista. El PRD se ha quedado en un limbo que a veces se apoya en el socialismo del Partido Comunista Mexicano que le cedió su registro y el priísmo tradicional. Cuauhtémoc Cárdenas ha liderado al PRD en función más del apellido que de una propuesta de gobierno. En los debates sobre la reforma energética, el PRD quedó atascado en su negativa a modificar la Constitución pero poco pudo hacer frente a la mayoría calificada PRI-PAN. A nivel de opinión política, Cárdenas y el PRD no pudieron abrir un debate político de nivel para analizar las reformas, un poco porque insistieron en temas muy técnicos, eludieron la confrontación histórica y partieron del no a la reforma. El PRD no entendió la lógica de su minoría —16.4% en el Senado y 21% en la Cámara de Diputados— y quiso reventar los procedimientos legislativos. Sin consenso político, sin bases sociales movilizadas y fracturado internamente por la parte de la bandera energética que se apropió López Obrador, el PRD careció de fuerza para consolidar un debate. Las leyes secundarias fueron otra derrota previsible porque el PRI sólo necesitó una mayoría absoluta de 51% y ya no el 67% de la reforma constitucional. Lo paradójico fue que el PRD sí participó en las sesiones de comisiones y aportó modificaciones que fueron tomadas en cuenta, pero se salió del recinto a la hora de la votación de dictámenes y trató de boicotear el pleno. El fondo de estos comportamientos coyunturales se localiza en el proyecto político del PRD. Si alguna oportunidad tuvo el partido para presentar una oferta coherente de programa fue justamente el debate de petróleo por el valor histórico de la expropiación de 1938. Sin embargo, el PRD se enredó en la argumentación y sólo se concretó a definir alternativas para modernizar el sector sin inversión privada y sin modificaciones constitucionales. A nivel de sociedad, el tema no penetró ni se convirtió en oportunidad para revisar expectativas nacionales en un horizonte de los próximos cincuenta años. Cárdenas y el PRD debieron de perfilar un proyecto cardenista que vinculara el petróleo con la oferta del partido hacia el modelo de desarrollo. Ésa fue, por cierto, una de las argumentaciones de Cárdenas en la expropiación: convertir al petróleo en un instrumento de desarrollo, vinculando el energético con proyectos agropecuario e industrial. A lo largo de los años, el petróleo fue un pivote del desarrollo. Para ello, el PRD necesitaba un proyecto cardenista de desarrollo. Lázaro Cárdenas convirtió al partido oficial en el Partido de la Revolución Mexicana y con ello rencauzó el proceso histórico de una revolución ya sin rumbo. Así, Cárdenas dotó al grupo gobernante de un modelo de desarrollo, un partido de clases y un discurso revolucionario, sólo que le faltó tiempo y tuvo que optar por una sucesión conservadora ante la inestabilidad nacional. Cuauhtémoc Cárdenas quedó como el heredero político del cardenismo pero no pudo construir una propuesta concreta: en 1987 se salió del PRI cuando no pudo ganar su batalla de elección abierta de candidato presidencial, en 1988 cimbró al sistema con unas elecciones que habría ganado aunque careció de pruebas y luego fundó el PRD de la fusión de dos grandes corrientes políticas: la del PCM y la de los priístas promotores del nacionalismo revolucionario. Es decir: sí había materia. Pero Cárdenas buscó el poder: primero con la candidatura presidencial en 1994, luego la de jefe de gobierno que ganó en 1997 y la tercera presidencial que perdió en el 2000. Y luego se alejó del partido, colaboró un poco con el gobierno de Vicente Fox y pasó a una presencia simbólica durante el cardenismo. La batalla de Cárdenas y el PRD por el petróleo carecieron de profundidad política. Y se perdió por la inexistencia de un proyecto cardenista de desarrollo. Lo grave para los dos estará en los saldos: sin cardenismo y sin petróleo —sin Iglesia y sin Papa, para recordar a Revueltas—, el PRD terminará como una franquicia electoral.