Casi todas las mañanas cuando apenas la ciudad está amaneciendo con la luz del sol, al dar la vuelta de la calle Río Ródano y tomar Río Lerma, justo a la vuelta del edificio central histórico de la Comisión Federal de Electricidad, una multitud de personas hace una especie de valla para esperar el paso de una ostentosa camioneta negra.
La mayor parte de las personas son mujeres, hombres también, algunos con sillas portátiles, algunas vistiendo falda corta pese al frío de la mañana. Como a las nueve o diez de la mañana, la camioneta sale del estacionamiento subterráneo de la CFE y rueda despacio. Uno de los cristales baja y se advierte a Víctor Fuentes del Villar, secretario general del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana, SUTERM.
Las personas de la valla tienen que hacer saludos con las manos como si estuviera pasando alguna celebridad del espectáculo y mostrar su mejor sonrisa. El líder sindical, familiar del legendario Leonardo Rodríguez Alcaine, chofer del sempiterno líder Francisco Pérez Ríos y luego líder-dueño del SUTERM y heredero de la silla de Fidel Velázquez en la CTM, responde saludos pero su ojo de águila va revisando a las personas que mueven los brazos, como una ola musical cadenciosa. Y descubre a varias personas, la mayoría mujeres, que luego son contactadas para examinarlas con miras a una plaza en la CFE.
En el debate sobre las leyes secundarias energéticas, perredistas y lopezobradoristas presentaron a Adolfo López Mateos como el Cárdenas de la electricidad nacionalizada. Pero López Mateos pasó a la historia como el represor del sindicalismo revolucionario en el periodo 1952-1964 y el que avaló el sindicalismo corrupto, depredador, traficante de contratos y de plazas, tanto en la CFE como en Luz y Fuerza. Los perredistas se olvidaron que la lucha del sindicato electricista la dio Rafael Galván en la Tendencia Democrática 1975-1978 para defenderla como conquista revolucionaria pero fue aplastada por el Estado priísta, en 1975-1976 nada menos que por Porfirio Muñoz Ledo, entonces secretario del Trabajo de Echeverría. Galván fue uno de los líderes sindicales revolucionarios más puros y honestos; y Muñoz Ledo lo echó del sindicato en 1975. Desde 1975, el Estado asumió el control corporativo de los electricistas —en la doctrina del corporativismo de Cárdenas— y permitió la descomposición política, proletaria y como sindicato. Lo mismo ocurrió con el sindicato petrolero: López Mateos encumbró a Joaquín Hernández Galicia La Quina como líder en 1961 y gobiernos y directores de Pemex lo fortalecieron hasta que Salinas de Gortari lo encarceló en enero de 1989 por su apoyo a la candidatura independiente de Cuauhtémoc Cárdenas. Desde entonces y hasta Carlos Romero Deschamps, el sindicato de Pemex ha sido un negocio de sus líderes.
De nada de esto hablaron los perredistas. Y se olvidaron que López Mateos fue el gran represor de los sindicatos dirigidos por la izquierda agrupada en el Partido Comunista Mexicano. López Mateos como presidente en 1959 encarceló a Othón Salazar, a Demetrio Vallejo y a Valentín Campa, miembros del PCM que fue el venero y dio el registro al PRD; para el perredismo, López Mateos se convirtió hoy en el ídolo nacionalista, progresista y de “izquierda”. Los sindicatos de Pemex y de la CFE han sido aparatos de control político del proletariado, estuvieron bajo el dominio del eterno líder de la CTM Fidel Velázquez y sus experiencias democráticas fueron aplastadas por el PRI y por varios priístas de entonces que hoy son legisladores o políticos del PRD.
Y ahora que una reforma quiere terminar con el sindicalismo corporativo cardenista, el PRD sale objetivamente en defensa de Rodríguez Alcaine, Fidel Velázquez y La Quina y opaca la memoria de Rafael Galván.