Leía ayer a Carlos Puig, en su entrega Duda Razonable de Milenio, en donde detallaba de las extorsiones a
que ha sido sometido por los elementos que operan los camiones de basura y el barredor de la calle del nuevo domicilio al que se mudó apenas hace unos días y me reía llorando al saber que en efecto, todo en este país se mueve con un arreglo.
Tal vez, le diría a Carlos Puig que lo de la basura es lo de menos, pero no me atrevería ya pues como él sentencia «no dejo de pensar que mientras en estas pequeñas cosas tenga que haber un arreglo “por fuera”, no podemos esperar que las grandes sean diferentes».
Y así, justo es.
No puedo dejar de pensar en el caso de un hombre que echa de su casa a sus hijos con todo y sus pertenencias e incluso a la propia madre de los pequeños y después de tres años y medio viene a irrumpir de nuevo en su vida que porque los quiere ver y lo peor de todo es que la justicia le dice que qué bueno, que ya va a convivir con sus hijos.
¿Existe ley que como varita mágica haga que los hijos amen a sus padres de la noche a la mañana?
¿Es garantía para el dolor la supervisión de algún elemento de Centro de Convivencia?
No son basura las instituciones. No. Si no de las que se llenan.
Tal vez como Carlos y como tantos otros es que tengamos que esperar sólo la justicia divina.
«La basura y una pequeña historia de extorsión cotidiana» me suena a un mundo maquiavélico en el que el perverso sabe más de la ley y cómo burlarla, que del buen ciudadano, el buen padre, la esposa comprometida y los hijos inocentes, que en cualquier momento se ven sorprendidos y convulsionadas sus vidas y sus bolsillos por el perverso que sólo quiere sacar provecho y nunca perder.
En mi caso, conciliar con la justicia me ha costado, tiempo, dinero –mucho dinero— y desgaste emocional; tan sólo por un asunto de basura.
Acta Divina… La justicia es pronta, expedita e imparcial.
Para advertir… La vida está llena de basura y basuritas